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Gemini y ChatGPT, las IA generativas ya vacían las redacciones de los medios

2 weeks ago 1

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Todos los medios dependemos de los clicks, la publicidad, y en los últimos meses, casi todos nos hemos sumado a la Inteligencia Artificial para la redacción de las noticias... pero el problema es que muchos editores no se fijan ni en el texto que le pidieron a ChatGPT, que si no existen buenos prompts, el estilo de una IA se nota en la redacción. Incluso, puede dar datos falsos que parecen reales y engañarían fácilmente al lector. 

“Cada texto, imagen y vídeo se volvió sospechoso”. Con esa constatación, los editores de The Atlantic describen el giro que provocó la IA generativa en el consumo de información. Sin embargo, la mayor alarma no procede del temor a los “deepfakes”, sino del éxodo de clics: los usuarios formulan preguntas a un bot y se quedan allí. Un estudio de Ahrefs calcula que la función AI Overviews de Google resta 34.5 % de los clics a los enlaces orgánicos. El golpe llega justo cuando las redacciones aún le pagaban la factura a la anterior disrupción—la publicidad programática.

El daño ya es palpable. Business Insider despidió al 21 % de su plantilla tras «una fuerte caída de tráfico y la adopción de IA». Un exempleado fue lapidario: “Business  Insider fue creado para un internet que ya no existe”. No es un caso aislado: Daily Dot y Vice han pasado por tijeras similares, mientras que BuzzFeed optó por vender parte de su archivo.

El escenario “Google Zero” y el "feed infinito"

Neil  Vogel, consejero delegado de Dotdash  Meredith, bautizó la hipótesis terminal como “Google Zero”: la jornada en la que el buscador no envíe ni un solo lector externo. No hay que ser catastrofista para tomárselo en serio. Hoy, una de cada cuatro personas en Estados  Unidos ya usa un chatbot como sustituto de la búsqueda tradicional.

Rich  Caccappolo, directivo del Daily  Mail, describe la sensación de ruleta rusa: “pueden ver que overviews (resúmenes) va a desentrañar el tráfico que obtienen de las búsquedas (del propio Google), socavando un pilar fundamental del modelo de ingresos digitales”. Caccappolo sí cree que las respuestas generadas por IA podrían llevar a su empresa a la quiebra.

"Ese es sin duda el temor. Y mi preocupación es que no va a suceder en tres o cinco años; bromeo con que sucederá el próximo martes".

El modelo de suscripción tampoco es inmune. AI Overviews de Google y ChatGPT esquivan muros de pago al resumir artículos con la parte visible de una página o con copias piratas usadas para entrenar sus modelos. Los editores crean el valor; la IA captura a la audiencia y, con ella, la publicidad y las cuotas de abono.

El problema rebasa a la prensa. Editoriales académicas y de no ficción prevén que los chatbots desplacen manuales y guías de estudio: basta pedir un resumen al estilo Cliffs Notes, pero gratis y al instante. “Las editoriales anticipan una caída drástica de las ventas”, advierte The Atlantic. La economía de la atención gira tan rápido que incluso la narrativa larga—la aspiración de “letras pequeñas”—se ve forzada a competir con respuestas que caben en un globo de chat.

Tribunales y cheques pequeños... y el sueño de los “micropagos”

Hasta ahora, la defensa se apoya en dos trincheras. La primera es judicial: The New  York Times demandó a OpenAI y Microsoft en 2023; Ziff  Davis replicó en 2024 al denunciar que sus artículos alimentaron a ChatGPT sin permiso. En total, hay al menos 12 procesos abiertos que involucran a una veintena de grupos editoriales. El segundo frente es el de las licencias. Según cálculos de la industria, se han firmado 72 acuerdos de contenido con empresas de IA en dos años. Son, en la práctica, pólizas de seguro: pequeños ingresos hoy por si mañana un juez declara ilícita la extracción masiva de textos protegidos.

Pero el regateo es brutal. “He percibido un tremendo desequilibrio en la mesa de negociación”, admite Caccappolo. Sin un baremo claro, algunos sellos han licenciado libros por unos cientos de dólares. Y si piden demasiado, la respuesta puede ser fría: el robot raspará igual. Amy Brand, de MIT  Press, clama por “una solución que prometa ayudar a determinar el valor justo de contenido específico de autoría humana”. Mientras tanto, las big tech se refieren a sus contratos como “colaboraciones” o “asociaciones” para evitar la palabra “licencia” y sus peajes legales.

Sam  Altman, jefe de OpenAI, dibuja un futuro de “participación voluntaria” donde un creador reciba “micropagos” cada vez que su estilo o nombre se use para entrenar un modelo.

“Creo que necesitamos un nuevo acuerdo, estándar, protocolo, como se quiera llamar, sobre cómo se recompensará a los creadores”, dijo en la cumbre Deal Book.

Para Sundar  Pichai, de Google, el mercado “lo descubrirá” y quizás prescinda de los intermediarios tradicionales:

“Habrá un mercado en el futuro, creo; habrá creadores que crearán para la IA. La gente lo descubrirá”.

El paralelismo con Uber—que primero sedujo, luego subyugó a los taxistas—resulta difícil de ignorar.

De momento, los pagos son simbólicos. La BBC presumió en abril de 118  mil visitas procedentes de ChatGPT; un charco frente a los cientos de millones que necesita para sostenerse. Google replica que ofrece tráfico “mayor calidad”, aunque se negó a publicar cifras que respalden la tesis. Sin transparencia sobre los datos de entrenamiento ni auditorías externas—al estilo de las calorías en la etiqueta de los alimentos—, la asimetría de información favorece a Silicon Valley.

¿Reinventar el negocio o morir?

En la última década, los editores sobrevivieron sacrificando la mitad de su personal y apostando por suscripciones, membresías y eventos. Ahora, la IA promete bajar aún más el suelo. Los modelos de negocio que se barajan incluyen:

  • Contenidos diferenciados: boletines premium (Substack), pódcast de nicho o acceso exclusivo a bases de datos.
  • Filantropía: donaciones y fundaciones, al estilo The Guardian o el Texas  Tribune.
  • Servicios B2B: consultoría de datos, formación y licencias explícitas para entrenar IA (a un precio real y verificable).

Todo ello exige escala, confianza de marca y—sobre todo—tiempo. Pero el tiempo escasea cuando el CTR se desploma un tercio en un año y los despidos se cuentan por cientos.

El riesgo democrático y de empleos

Un ecosistema en el que apenas sobrevivan content creators atomizados y dependientes de plataformas no reemplaza la función de un periódico: mantener equipos de investigación, asumir litigios y rendir cuentas al poder. El riesgo no es sólo financiero, sino cívico. Si los periódicos desaparecen, los chatbots también perderán su materia prima; pero, como las emisiones de CO₂, ese coste se pagará en diferido.

Mientras tanto, la regulación avanza con paso de tortuga. La UE exige trazabilidad parcial de los conjuntos de entrenamiento bajo la Ley de IA, aunque sin obligación de listar cada obra. En Estados Unidos, el Congreso sopesa reformas al copyright, pero la campaña de lobby de la industria supera los 50 millones de dólares anuales. Tim O’Reilly y otros proponen obligar a revelar fuentes con derechos, una medida que, de adoptarse, podría cambiar el equilibrio de poder.

La broma de Caccappolo—que el colapso llegue “el próximo martes”—resume la ansiedad de las redacciones. Puede que tarde un poco más, o un poco menos. Lo seguro es que el sector editorial, tal como lo conocimos durante dos siglos, ya compite con una máquina que no paga nóminas, no responde a demandas y se alimenta gratuitamente del trabajo ajeno. La pregunta pendiente es si las democracias permitirán que la última palabra quede en manos de un algoritmo sin rostro.

Contra la inercia tecnológica, los editores aún conservan un arma: la credibilidad. Pero convertirla en una hoja de balance sostenible exigirá, a partes iguales, ingenio empresarial, presión política y una pizca de suerte. De lo contrario, el próximo clic que usted no haga, incluso a esta nota podría ser la nota final de este oficio y el despido de su servidor en un futuro no muy lejano.

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