Hay vientos de Fronda. Después de casi 300 años de avanzar en la consolidación de la libertad como rector de vida, se oyen pasos de retroceso. Me asombra y me asusta que suceda en Estados Unidos

No llamaría mi atención que ello sucediera en Asia, en África, en América Latina o, incluso, en Europa, cuyo concepto de libertad no es idéntico al estadunidense. Siempre he reconocido que ese país había logrado la mejor combinación de gobierno muy poderoso con ciudadanía muy libre. Autoridad y libertad como nadie lo ha igualado.

Pero ese gran país, padre del constitucionalismo, hoy se degrada por quien comete una vergüenza que ningún presidente había cometido en toda su historia. Estudiantes perseguidos por publicar artículos en su periódico universitario interno, no en difusión abierta. Detenidos dentro del campus de una de las principales universidades del mundo. Muera la inteligencia, decían los franquistas. Pero sucedió en Boston.

Y, otro día, la fuerza militar es enviada para actuar en su propio territorio y en asuntos de policía, no de guerra, que para ello existen los ejércitos. Y, de paso, injuria y amenaza al gobernador. Muera el pacto federal, decían los confederados. Pero sucedió en California. Y hace unos años, el Poder Ejecutivo asalta el Capitolio. Muera el Congreso, decía Victoriano Huerta. Pero sucedió en Washington.

Si eso sucede allá, me imagino lo que sucede en otros países. Y, ¿nosotros cómo vamos? ¿Nuestra autoridad de gobierno y nuestra libertad de pueblo van a puerto seguro? No lo sé y no sé a quién preguntar.

Mi gran ejemplo de constitucionalismo ideal se está derrumbando. En mis cursos de derecho constitucional siempre hay sesiones destinadas a la Constitución de Estados Unidos, a la que pongo como ejemplo. Pero, hoy, este desinfle se refleja hasta en la relación bilateral porque el presidente Trump no cree en la igualdad y no cree en la libertad.

Muy mala suerte de Claudia Sheinbaum que le haya tocado este socio bilateral. Ella le cae bien a Donald Trump, pero le ve el insufrible defecto de que es mexicana. A él no le gustan los mexicanos en Estados Unidos, pero tampoco le gustan los mexicanos en México ni en el mundo ni en la vida. Eso no es nacionalismo. Es xenofobia. Casi a diario, dice que los mexicanos somos criminales, que somos limosneros, que somos arrimados, que somos peligrosos, que somos mantenidos, que somos inferiores y que somos pendejos.

Tenemos muchos frentes abiertos, pasando por narcotráfico, migración, comercio y diez más. Esos son tan sólo los frentes reales. Agreguemos los frentes innecesarios que abren los empleados de abajo. Por ejemplo, las palabras de Kristi Noem en nada protegen a su país, que para eso estaría ella. Pero sí le acarrean muchos problemas a Trump y a Rubio. En la política, si no resuelves los problemas, no los provoques.

La historia es rica. Hace 33 años, el ministro presidente William Rehnquist generó el más grave problema bilateral del que tengo noticia desde la Guerra de Texas. Lo tuvieron que componer el propio presidente George Bush y el secretario de Estado, James Baker.

Se acerca una reunión presidencial. Sé muy bien que es tan sólo un símbolo, no un proyecto ni un resultado. Pero los símbolos políticos son importantes. Éste nos indica que los dos gobiernos quieren que sus asuntos comunes vayan bien. No, necesariamente, que están bien ni que vayan a estar bien. Es un deseo, no un juramento ni una promesa. Pero eso, en política internacional, ya es mucho.

Deseo, fervientemente, que nuestra vecindad se convierta en una mayor tolerancia. Nuestra tolerancia, en respeto. Nuestro respeto, en concordia. Y nuestra concordia, en amistad.

Quizá nunca lleguemos a querernos, ni falta que le hace a ellos ni a nosotros. Pero si queremos parecer buenos amigos, por lo menos simulemos. Y si queremos ser buenos vecinos, por lo menos comportémonos. Porque una casa hipotecada no se salva quemándola.